martes, 6 de octubre de 2015

La rubia del vestidor. Por Alfredo Gutiérrez



Estos días nos hemos enterado de un nuevo récord político: Mónica López saltó desde el massismo al sciolismo veinte días antes de las elecciones, pese que iba como candidata en la lista al Parlasur. Y sobre todo, pese a que fue una de críticas más feroces del gobernador bonaerense.
Basta con ver sus twits, o sus declaraciones: “Scioli falló con la seguridad, con la educación, con la Justicia”. “Su discurso es un espanto, miente”. “Ojalá que el 10 de diciembre entregue la banda y se retire a vivir en La Ñata, por el bien de la Argentina”.
Fue crítica hasta muy pocas horas antes de dar este curioso salto. Pero en el Frente para la Victoria la recibieron como si fuera Eva Perón, como dijo el periodista Carlos Pagni.
El salto puso la lupa sobre la rubia, actual diputada provincial y esposa de Alberto Roberti, sindicalista petrolero y diputado nacional de Massa. Se conoció una simpática nota en la revista Caras, en la que posa para la foto mostrando los 240 pares de zapatos que tiene en el vestidor de su mansión del country Abril, uno de los más caros de Buenos Aires.
Lamentablemente nos hemos acostumbrado a los saltimbanquis de la política. Lo naturalizamos como a muchas otras cosas. Hasta los años 90 era absolutamente impensable que un peronista se convierta en radical o viceversa. Había escisiones de partidos (como la UCR del Pueblo y la UCRI, o la Renovación Peronista de Antonio Cafiero), pero estaba claro cuáles dirigentes estaban de un lado y cuáles del otro.
Tal vez el primer paso de la naturalización fue el menemismo. Cuando Menem ganó la interna contra Cafiero, se vio el pase masivo de dirigentes: al día siguiente del comicio, José Luis Manzano abría la puerta de “la Rosadita” en la Rioja a los visitantes. Notable gesto de unidad política.
Más adelante pasaron los pases de menemistas y duhaldistas al kirchnerismo. Y más evidente fue el salto de Borocotó, electo por el macrismo, a las filas oficiales: el gobierno lo proagandizó como si hubiera recibido a Martin Luther King. Fue poco después de las elecciones, y ya no una interna sino una general, desde un partido a otro. Después, los conocidos saltos de intendentes de Massa al kirchnerismo, los que a su vez venían de hacer el camino opuesto un par de años antes.
El caso Mónica López es especial porque se produce justo antes de las elecciones, todo un récord.
Lo que no está claro es cuál fue el negocio del sciolista que “convenció” a López, un operativo político que nunca sale gratis e impone algún esfuerzo. La rubia no se llevó ni un solo voto de Massa. Ni siquiera el de su marido, hasta ahora. Y provocó una triste imagen que enloda incluso al sciolismo.
El periodista y ex diplomático Jorge Asís, el mismo que hablaba de “los saltos de garrocha” de peronistas hacia el massismo, le encontró una mirada diferente al caso: sería una muestra más de cómo los políticos saltan hacia el que ven ganador. Para no quedar afuera.
Según Asís: “Es la moda oportunista. Consiste en saltar -como sea- hacia el bando de Scioli. O resignarse.
Los oportunistas, los que ven debajo del agua y nunca se equivocan, hoy marcan los ritmos del resultado que, a su pesar, se impone. Aunque puedan, y aún desean, matemáticamente equivocarse.
Sólo a partir de la certeza del advenimiento sciolista se entiende el desplazamiento ornamental de la señora Mónica López, La Blonda.
Con su salto, López estimula la pasión del antiperonista que prefiere inclinarse por agraviar. Por espantarse, antes que entender. Riesgosamente lo que demuestra Mónica López es que el poder está del lado de Scioli. Y que insistir con Massa, como su marido, es otra manera frugal de perder el tiempo.
Quienes condenan a La Blonda en nombre de la ejemplaridad moral, o de la gastada ética republicana, no entienden la perversidad del juego que inspira la próxima literatura antiperonista, con seguro destino de éxito.
O se es mandíbula o se es bocado.
De manera brutal, sepultada en el grotesco, La Blonda López demuestra que mantiene vocación para ser mandíbula. Y aunque la denigren, alcanza el anhelado renombre que le permite acomodarse en el bolillero. Para gobernar. Estar adentro. O bailar -por qué no- por un sueño. Atractiva es. La mandíbula puede atreverse”.

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