martes, 17 de noviembre de 2015

El programa completo


Escuchalo

París, New York. Por Alfredo Gutiérrez


Los atentados del viernes 13 en París podrían ratificarnos que estamos presenciando el fin de una época en el mundo occidental. Es la era que comenzó hace 200 años, después de la revolución francesa, aquella que postuló los valores de “libertad, igualdad y fraternidad” y sentó algunas de las bases filosóficas del moderno occidente.
En la era contemporánea, la mayoría de las guerras enfrentaron a ejércitos, a naciones, por lo general en un territorio que era el área del conflicto. Y los atentados terroristas se cometían contra personajes específicos de acuerdo con lo que representaban (desde el asesinato del archiduque Francisco Fernando que dio inicio a la I Guerra Mundial hasta los “ajusticiamientos” de Montoneros en la Argentina de los 70). Hubo miles de muertes de inocentes, claro, pero el objetivo declarado era la muerte de uno solo, desde un Presidente a un militar de alto rango. Y, al menos en Occidente, la religión había dejado de ser un motivo para matar: las Cruzadas cristianas, destinadas a atraer por la fuerza a miles de habitantes, habían quedado atrás.
Estas tres características (guerra convencional, atentados dirigidos, conflictos sin religión) son parte de lo que está cambiando. El mundo ya no será lo que era. Y nos toca presenciarlo.
Aclaro que estoy hablando de occidente. Distinta es la historia de otras culturas, el mundo árabe o el asiático.
Tal vez el principio del fin fue el atentado a las torres gemelas en Nueva York en 2001. Aquellas miles de muertes, como las de Francia ahora, no estuvieron dirigidas a “una” persona sino a cualquiera. A todos. En todo caso, a un símbolo.
Precisamente la reacción de EEUU tras las torres gemelas fue parecida a la de Francia ahora: ataques y bombardeos sobre el mundo árabe (Irak y Siria), acciones que sólo profundizaron el conflicto. El zafarrancho que los norteamericanos produjeron en esa región alteró el status quo y permitió el nacimiento de ISIS, un grupo aun más radicalizado que Al Qaeda.
De algún modo, occidente comenzó a sufrir en carne propia las consecuencias de su propia violencia, ejercida con bombardeos sobre ciudades árabes y las muertes de inocentes como “efectos colaterales”. Ahora el mundo árabe parece decir: “tu territorio será también área de guerra, como el mío bajo las bombas, sólo que llegaré con mis propios métodos”.
Ahora la guerra no es en un territorio donde se enfrentan dos ejércitos. Ahora cualquiera puede ser víctima, aun quienes se oponen a esta locura de los gobiernos. Ahora vuelve el odio religioso. Esas nuevas características llevan a lo más lamentable de este conflicto: el ocaso del mundo occidental tal como lo conocimos hasta ahora.
Los países no pueden defenderse frente a un enemigo irracional, que puede estar incluso entre los connacionales. Y al que no le importa morir matando.
Por eso la salida más fácil y rápida será recortar las libertades, tal como ya la hizo EEUU. Libertad, igualdad, fraternidad, ya no serán conceptos queridos y compartidos. Avanzarán los servicios secretos, el espionaje, el miedo, la xenofobia, las víctimas inocentes. Ya no será fácil desplazarse entre países en Europa, ni viajar por el mundo.
Deberemos empezar a olvidarnos de los Derechos Humanos, una de las mayores conquistas de la Humanidad. Todo sea para frenar la amenaza de un atentado posible. Estamos cada vez más cerca de “1984” de Orwell.
Tal vez la era que comenzó, digamos, en 1789, está llegando a su fin.
Fueron poco más de dos siglos, que en la historia del universo no es nada.
Es el comienzo de una nueva era.
Que seguramente será peor, mucho peor, para la Humanidad.

martes, 10 de noviembre de 2015

Transiciones. Por Alfredo Gutiérrez


Sucede en casi todas partes, pero acá en la Argentina es peor.
Cuando el Gobierno cambia de manos suelen aparecer las peores iniquidades. Los que se van quieren eternizarse de alguna forma, dejando su huella apresurada en cosas que no hicieron antes. O bien buscan dejarle una herencia de fuego al sucesor para complicarle la gestión.
Un ejemplo es lo que pasó en Concepción del Tucumán. El intendente saliente le encajó 400 trabajadores al entrante poco antes de irse. Que se arregle el que viene. El que vino, Roberto Sánchez (homónimo de Sandro), de Cambiemos, decidió no aceptar ese condicionamiento. Los echó. ¿Y qué pasó? Que los echados se juntaron frente a la municipalidad, prendieron fuego a gomas, y no lo dejaron salir. Tuvo que atrincherarse en medio de la violencia.
Me vino a la memoria un ejemplo pero al revés, para que veamos que es un problema del poder, no solo de los partidos políticos. En el 2011, el radical Eduardo Brizuela del Moral dejó de ser gobernador de Catamarca porque perdió las elecciones frente a la kirchnerista Lucía Corpacci. Brizuela se apresuró a designarle en planta permanente del Estado a unos 4000 empleados.
La gobernadora recibió entonces dos consejos antagónicos. Uno, echarlos de inmediato y arriesgarse a que pase lo que pasó en Tucumán: 4000 personas frente a la Casa de Gobierno a punto de incendiarla. Y el otro, aceptarlos y ver cómo se acomodaba el futuro. Optó por este segundo consejo, que le complicó todo el presupuesto y sus planes de gobierno. Pero al menos esquivó el estallido de la bomba que le habían dejado.
En Buenos Aires estamos viviendo otras técnicas de manotazos de ahogado para ejercer los últimos retazos del poder y, en lo posible, complicarle la vida al que viene. Un intendente, Jesús Cariglino (Malvinas Argentinas), se aumenta el salario en 150%, lo que deberá ser pagado por el próximo. Otro, Pablo Bruera (La Plata) dejó de pagar la recolección de basura apenas perdió, y ahora los desechos se acumulan en las calles. Problema para el próximo. Y en Merlo hay una toma de tierras que se parce al arque Indoamericano, que fue un problema grave para Macri en su momento. Son 3000 familias. Allí está ahora la Infantería, a la espera de una orden para desalojarlas, cosa que será complicada y no exenta de violencia.
A nivel de la Nación pasa algo parecido pero más “prolijo”. El gobierno de CFK ha designado contra viento y marea a dos nuevos auditores, que deberán controlarse a sí mismos desde la AGN, en medio de un pequeño escándalo. También ha creado organismos para la juventud donde, se supone, tendrán conchabo los pibes de La Cámpora. Y una oficina de Presupuesto, nuevos empleos para futuros desempleados del Estado. Y sembrará de jueces, fiscales y embajadores en la próxima sesión del Senado.
Todo sea por complicarle los caminos al que venga, ya sea Macri o Scioli.
Esta transición del poder en Argentina se viene agitada.
Los que vienen tendrán que optar, como Corpacci, entre hacerse cargo y dejar todo como se lo dejan, o denunciar todo y patear el hormiguero.
Cualquier opción es riesgosa para la gobernabilidad futura.
¿Esto es un país normal?

martes, 27 de octubre de 2015

El voto oculto fue para Macri. Por Alfredo Gutiérrez



En la columna del martes pasado, que se puede encontrar en nuestro blog, decía que la última incógnita para la elección era el voto “vergonzante”. El voto oculto. Ese voto que cierto sector de la sociedad no admite ante los encuestadores, y que aparece sólo después de que se abren las urnas.
Pero ese voto vergonzante, razonábamos, no se puede cuantificar en las encuestas. Porque naturalmente es imposible detectar si el que contesta está mintiendo o si dice la verdad.
Y decíamos que la incógnita era si existirá ese voto que no se declama para darle los puntitos que necesitaba Scioli para esquivar el balotaje. O si, por el contrario, ese voto oculto se inclinaría por alguno de los opositores.
El resultado del domingo confirmó que hubo un voto oculto, que se inclinó por Mauricio Macri y posibilitó la segunda vuelta para el 22 de noviembre.
Nadie lo vio venir. Ni los encuestadores ni los periodistas.
¿Qué pasó? Hay tres opciones: los encuestadores se equivocaron, los encuestadores nos mintieron, o la gente les mintió a los encuestadores.
Tal vez una lección del domingo sea que no siempre hay que creer a pie juntillas en los números de los sondeos, que apenas son un acercamiento para leer la realidad.
Lo que aparentemente había en el voto oculto era un “voto hartazgo” contra el Gobierno. Julio Blanck hizo en Clarín un breve listado: hartazgo de abusos de poder, de corrupción, de negación de la inseguridad, de ocultamiento de la realidad, y de la doble moral.
Aunque sería bueno recordar también que el ganador, por dos puntos porcentuales, fue Daniel Scioli, quien en esta elección fue el abanderado de las políticas del Gobierno. Tal vez se podría hacer un listado similar, pero de cosas “buenas”, que justifique el voto al oficialismo.
Sin embargo, la imagen lo es todo: ganó Scioli, pero en la cabeza de mucha gente está la imagen de que el ganador fue Macri. Ese el plus que tiene por ahora el jefe de Gobierno de la capital de cara al balotaje. Habrá que ver si logra mantenerlo en las tres semanas que restan hasta la nueva elección.
En ese momento, el 22 de noviembre, comenzará a escribirse una nueva historia para este país.
Hasta entonces se pueden sacar algunas conclusiones. La primera y más importante del domingo que pasó es que muestra un incipiente cambio social y cultural: hombres sin experiencia, políticos noveles, la mayoría jóvenes han ganado en distritos bonaerenses clave que históricamente fueron peronistas. Lanús, Quilmes o 3 de Febrero son algunos ejemplos.
Habrá que ver si ese cambio cultural se profundiza.
En ese caso, habrá nacido un nuevo país.

martes, 20 de octubre de 2015

El voto vergonzante, la última incógnita. Por Alfredo Gutiérrez


Faltan apenas cuatro días para la elección presidencial, y las encuestas conocidas hasta ahora muestran que quedan un par de dudas: qué pasará con los indecisos y si existe –o no- un voto “vergonzante” hacia alguno de los candidatos. Es decir, ese voto que un sector de los ciudadanos no admite ante los encuestadores, a quienes les miente que se inclinará por el candidato “A” pero ya tiene decidido votar por “B”.
La categoría “indecisos” suele aparecer en los sondeos, los que a su vez se encargan de proyectarlos de modo proporcional, o de acuerdo a otras respuestas del encuestado que lo ubican más cerca de un candidato que del otro. Su porcentaje varía entre 10 y 20 por ciento, según la encuestadora que haya el trabajo.
Pero el voto vergonzante no se puede cuantificar. Porque naturalmente es imposible detectar si el que contesta está mintiendo o si dice la verdad.
En 1995 Carlos Menem obtuvo su reelección de modo contundente, y lo que se recuerda de aquellos comicios es la famosa frase “yo no lo voté”. Nadie lo había votado. Pero sacó casi el 50%, 20 puntos más que la fórmula José Octavio Bordón-Chacho Alvarez. Había surgido el voto vergonzante, el voto de aquellos que no decían que iban a inclinarse por el presidente peronista.
Para los memoriosos, en aquella campaña –sin PASO- las encuestas coqueteaban con la posibilidad de un balotaje (como sucede ahora), e incluso algunas lo daban a Bordón creciendo mucho en la recta final. Pero el resultado fue otro.
Algo similar sucedió en 2011. Todas las encuestas decían que ganaría Cristina Fernández de Kirchner en las PASO, pero sorprendió a muchos el resultado: los sondeos le daban entre 38,1 y 41% (sólo una consultora K arriesgó hasta 46%), pero CFK llegó al 50%. En las generales de ese año trepó a 54%, 30 puntos más que el segundo, Hermes Binner.
¿Dónde estaban esos votos ocultos? ¿Habían mentido las encuestadoras, o los ciudadanos les habían mentido a ellas?
Tal vez eran eso, un voto vergonzante. No decir lo se iba a hacer. No revelarlo.
La historia política reciente de Argentina nos muestra que ese voto oculto no cambia el resultado, pero suele proporcionar el salto final y estirar diferencias. Y que se ha inclinado generalmente por el oficialismo de turno. Es más, en 1999, cuando ganó Fernando De la Rúa sobre Eduardo Duhalde, las encuestas acertaron en darle el 50% contra 38 de su oponente. Al parecer, el voto vergonzante no aparece cuando la decisión tomada es votar por la oposición.
Para este domingo, las encuestas lo dan ganador a Daniel Scioli, pero dejan dentro del margen de error la posibilidad de que pase del 40% y llegue a ser Presidente en primera vuelta. Puede haber balotaje o no, y eso depende de unos pocos puntos porcentuales.
La incógnita principal es si existirá el “voto vergonzante”, ése que no se declama, para darle los puntitos que necesita Scioli. O si, por el contrario, ese voto oculto se inclina por alguno de los opositores.
Lo sabremos en pocos días. Lo único seguro es que, desde el próximo domingo, el país será otro. Con balotaje o sin él.

martes, 13 de octubre de 2015

Macri engulle la propia medicina. Por Alfredo Gutiérrez




La diputada macrista Patricia Bullrich salió a denunciar que una “encuesta trucha” está llegando a los teléfonos de los ciudadanos. El objetivo de esa supuesta encuesta sería ensalzar a Sergio Massa y hundir a Mauricio Macri con argumentos falsos.
Yo también recibí el llamado.
Una voz masculina plantea, como si fuera una verdad revelada: “En los últimos días, Massa alcanzó a Macri en las encuestas”. Y a continuación vienen las preguntas: “¿Cuál cree que fue el motivo? Digite 1 si cree que el caso Niembro le hizo perder votos a Macri. 2 Porque Massa es el único que puede ganar en segunda vuelta. 3 Porque Massa hace una campaña con propuestas”.
Bullrich, diputada y candidata de Macri, se escandalizó. “Es una campaña sucia, muy sucia, eso no lo hace una persona de bien”, dijo.
Sin embargo, el barro de la política parece ensuciar a todos.
Hace apenas cuatro años, en el 2011, fue Macri quien recurrió a una “encuesta” similar, por la cual fueron procesados Jaime Durán Barba y sus dos socios, en un intento por prevalecer sobre Daniel Filmus.
“¿Sabía usted que Salomón Filmus, el padre de Daniel Filmus, es un arquitecto que trabaja para Sergio Schoklender en la construcción de viviendas?”. En esos días había estallado el escándalo de corrupción que rodeó a las Madres de Plaza de Mayo, cuando se perdieron millones que el Estado le había facilitado para construir viviendas sociales. Pegotear al contrario con semejante escándalo seguramente lo perjudicaba.
La “encuesta” era incluso un tanto más burda, más directa.
La segunda frase era “ahora que usted sabe esto, ¿igual votaría por Filmus?”
Esa llamada llegó a cientos de miles de líneas telefónicas en la Capital. Nunca se sabrá si tuvo efectos en el electorado, pero sí que Durpan Barba y el mismo Macri fueron denunciados ante la Justicia.
Porque el artículo 140 del Código electoral castiga con penas de dos meses a dos años de prisión a quien “con engaños indujere a otro a sufragar en determinada forma, o a abstenerse de hacerlo”.
La jueza María Servini de Cubría ordenó allanamientos y pesquisas, y procesó a Durán Barba y a sus socios José Garat y Rodrigo Lugones, a quienes además les trabó un embargo por 130.000 pesos cada uno. Sin embargo, la causa pasó rápidamente a la Justicia de la Ciudad y allí naufragó.
Nadie resultó condenado, el mal ya estaba hecho.
Lo curioso de esta historia es que Macri acaba de engullir su propia medicina: ahora acusa a Massa de hacer la misma campaña sucia telefónica que él hizo.
Es el barro de la política.
Pero cerca del poder ninguno se salva. El kirchnerismo, por caso, le endilgó a Enrique Olivera supuestas cuentas en Suiza para sacarlo de carrera. Cuando se descubrió el engaño, ya habían pasado las elecciones.
Durante el menemismo hubo un funcionario que, preguntado sobre cómo habían conseguido que un legislador opositor se ausentara justo cuando su voto hubiera hecho fracasar la designación de un interventor, contestó: “¿A ése? A ése le rompimos el esternón de un valijazo”. El tipo del esternón fracturado viajó a Paraguay y no se lo volvió a ver.
Zancadillas de todo tipo, hipocresías, engaños, traiciones y maletines de dinero que vuelan de un dirigente a otro.
¿Esto debe ser la alta política? ¿A esto hemos llegado? ¿Es igual en todas las democracias?
Ahora le tocó a Macri, antes a Filmus, y antes que ellos a Olivera. Y en el futuro será a otros.
Deberíamos hacer algo. No alcanza con la indignación. La Justicia debería hacer algo. Porque el problema de la lucha en el barro es que se ve en los dirigentes, que son la punta del iceberg, pero más temprano que tarde la mugre baja y se derrama hacia toda la sociedad.

martes, 6 de octubre de 2015

La rubia del vestidor. Por Alfredo Gutiérrez



Estos días nos hemos enterado de un nuevo récord político: Mónica López saltó desde el massismo al sciolismo veinte días antes de las elecciones, pese que iba como candidata en la lista al Parlasur. Y sobre todo, pese a que fue una de críticas más feroces del gobernador bonaerense.
Basta con ver sus twits, o sus declaraciones: “Scioli falló con la seguridad, con la educación, con la Justicia”. “Su discurso es un espanto, miente”. “Ojalá que el 10 de diciembre entregue la banda y se retire a vivir en La Ñata, por el bien de la Argentina”.
Fue crítica hasta muy pocas horas antes de dar este curioso salto. Pero en el Frente para la Victoria la recibieron como si fuera Eva Perón, como dijo el periodista Carlos Pagni.
El salto puso la lupa sobre la rubia, actual diputada provincial y esposa de Alberto Roberti, sindicalista petrolero y diputado nacional de Massa. Se conoció una simpática nota en la revista Caras, en la que posa para la foto mostrando los 240 pares de zapatos que tiene en el vestidor de su mansión del country Abril, uno de los más caros de Buenos Aires.
Lamentablemente nos hemos acostumbrado a los saltimbanquis de la política. Lo naturalizamos como a muchas otras cosas. Hasta los años 90 era absolutamente impensable que un peronista se convierta en radical o viceversa. Había escisiones de partidos (como la UCR del Pueblo y la UCRI, o la Renovación Peronista de Antonio Cafiero), pero estaba claro cuáles dirigentes estaban de un lado y cuáles del otro.
Tal vez el primer paso de la naturalización fue el menemismo. Cuando Menem ganó la interna contra Cafiero, se vio el pase masivo de dirigentes: al día siguiente del comicio, José Luis Manzano abría la puerta de “la Rosadita” en la Rioja a los visitantes. Notable gesto de unidad política.
Más adelante pasaron los pases de menemistas y duhaldistas al kirchnerismo. Y más evidente fue el salto de Borocotó, electo por el macrismo, a las filas oficiales: el gobierno lo proagandizó como si hubiera recibido a Martin Luther King. Fue poco después de las elecciones, y ya no una interna sino una general, desde un partido a otro. Después, los conocidos saltos de intendentes de Massa al kirchnerismo, los que a su vez venían de hacer el camino opuesto un par de años antes.
El caso Mónica López es especial porque se produce justo antes de las elecciones, todo un récord.
Lo que no está claro es cuál fue el negocio del sciolista que “convenció” a López, un operativo político que nunca sale gratis e impone algún esfuerzo. La rubia no se llevó ni un solo voto de Massa. Ni siquiera el de su marido, hasta ahora. Y provocó una triste imagen que enloda incluso al sciolismo.
El periodista y ex diplomático Jorge Asís, el mismo que hablaba de “los saltos de garrocha” de peronistas hacia el massismo, le encontró una mirada diferente al caso: sería una muestra más de cómo los políticos saltan hacia el que ven ganador. Para no quedar afuera.
Según Asís: “Es la moda oportunista. Consiste en saltar -como sea- hacia el bando de Scioli. O resignarse.
Los oportunistas, los que ven debajo del agua y nunca se equivocan, hoy marcan los ritmos del resultado que, a su pesar, se impone. Aunque puedan, y aún desean, matemáticamente equivocarse.
Sólo a partir de la certeza del advenimiento sciolista se entiende el desplazamiento ornamental de la señora Mónica López, La Blonda.
Con su salto, López estimula la pasión del antiperonista que prefiere inclinarse por agraviar. Por espantarse, antes que entender. Riesgosamente lo que demuestra Mónica López es que el poder está del lado de Scioli. Y que insistir con Massa, como su marido, es otra manera frugal de perder el tiempo.
Quienes condenan a La Blonda en nombre de la ejemplaridad moral, o de la gastada ética republicana, no entienden la perversidad del juego que inspira la próxima literatura antiperonista, con seguro destino de éxito.
O se es mandíbula o se es bocado.
De manera brutal, sepultada en el grotesco, La Blonda López demuestra que mantiene vocación para ser mandíbula. Y aunque la denigren, alcanza el anhelado renombre que le permite acomodarse en el bolillero. Para gobernar. Estar adentro. O bailar -por qué no- por un sueño. Atractiva es. La mandíbula puede atreverse”.

martes, 29 de septiembre de 2015

El programa completo


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El voto, clave de la democracia. Por Alfredo Gutiérrez


“Hay varias provincias argentinas que no están capacitadas para organizar elecciones”, dijo ayer el juez de la Cámara Nacional Electoral Alberto Dalla Vía.
Se refería a la impresionante polémica que se desató después de las elecciones en Tucumán, en las que se detectaron decenas de trampas políticas que van desde el clientelismo descarado hasta urnas llenas de votos antes de que se abran las mesas, y desde telegramas con “cero votos” para la oposición a la quema de urnas. Trampas que motivaron 9 días de movilizaciones, una dura represión policial y denuncias ante la Justicia.
El juez Dalla Vía mencionó a algunas provincias del norte y del sur (Tucumán, Catamarca, Formosa, La Rioja, Santa Cruz y Santiago del Estero) donde existen regímenes políticos cerrados y casi feudales. Y las comparó con provincias más abiertas y mundanas, como Buenos Aires, Santa Fe, Mendoza o Córdoba, donde se supone que hay menos trampa.
Hay quien dice que esto es política, que en el poder gana el más fuerte, que si no tenés fiscales para controlar no podés quejarte. Que así es la cosa.
Yo, en cambio, creo que no es así. O que no debe ser así: las elecciones son la piedra fundamental de todo el edificio del Estado, el cimiento en el que se basa la democracia.
No deben quedar libradas a la picardía o el abuso de algunos punteros políticos. No se puede exigir que los fiscales partidarios sean los que controlen, porque ellos no tienen obligación de ser imparciales. Al contrario, si pueden hacer una picardía la harán, para conseguir más votos para su partido.
Para evitar las trampas, es el Estado el que debe garantizar la transparencia electoral, porque de eso depende su supervivencia como sistema. Nada más y nada menos.
En la serie Scandal, que se puede ver en Netflix, hay un presidente norteamericano republicano que llegó gracias a una trampa electoral en una pequeña localidad de Ohio. En un momento, la protagonista Olivia Pope, que fue asesora de la campaña, le anuncia al jefe de Gabinete (quien también estuvo en la campaña, ambos saben de la trampa) que está dispuesta a confesar todo. Siente culpa por aquella maniobra.
-Quiero Justicia- le dice a Cyrus, el encumbrado Jefe de Gabinete.
-La Justicia es para gente normal, no para nosotros- le responde.
Y agrega un pensamiento que me impresionó porque tiene que ver con la sociedad y con la gente que vota. Le dice: “Estás dispuesta a derribar la República porque sientes culpa”. Y explica: “¿Sabés lo que es un proceso electoral? ¡Es Magia! Es como creer en Papá Noel, en el Ratón Pérez, en el conejo de Pascuas. Sirve mientras la gente cree. Lo que quieres hacer es decirle a la gente que los reyes son los padres. Lo que haces es quitarles la magia. Arruinas la Navidad y toda la República se desmoronará”.
En otro momento, Verna Thorton, una jueza de la Corte Suprema que también conoce los enjuagues, le dice a Olivia: “Confesar la trampa es decirle a los estadounidenses que el país que aman está construido sobre una mentira”.
Impresionan estos diálogos, porque se dan entre políticos de ficción que han hecho la trampa y saben exactamente cuáles serían las consecuencias si todo se descubre. Además de ir presos, claro.
Y la consecuencia más importante es que la trampa le quita toda legitimidad no sólo al que ganó las elecciones, sino a todo el sistema que rige la democracia.
Por eso creo que algo hay que hacer. Que el Estado, a través de la Justicia, o de un tribunal electoral independiente, debe ser quien controle la transparencia y evite la trampa.
Porque elegir a los gobernantes, creer en el voto, es vital para que siga existiendo la democracia.
Lo otro, la trampa, es un suicidio político.

martes, 22 de septiembre de 2015

La perversidad argumental. Por Alfredo Gutiérrez


No deja de sorprenderme la capacidad argumental de Cristina. El efecto espejo, que usa. Una forma de dar vuelta los argumentos, de dar vuelta las acusaciones para ser usadas contra los adversarios. 
De levantar el dedito imputando a los demás lo que uno mismo hace. Pasó con el caso Niembro, donde vimos por primera vez cómo el kirchnerismo se perocupa y denuncia la corrupción del Estado… que se descubre en los otros, claro. Acusó a Mauricio Macri (y todo el aparato estatal lo hizo, hasta hay una denuncia de la Procelac por supuesto lavado de dinero), por los 20 millones que en dos años se le pagó a una empresa de Niembro. Obvio que es aborrecible, hay que denunciarlo duramente y, si la Justicia lo decide, castigarlo como todo uso irregular de los recursos, porque no podemos vivir embarrados en la corrupción. Pero el kirchnerismo, ofendido y enojado, y sus medios y periodistas, jamás dirán nada de los casos de corrupción que se imputan al Estado Nacional, es decir a Cristina. 
Los casos Hotesur, Lázaro Báez, Cristóbal López, los enriquecimientos meteóricos de muchos, las supuestas coimas, suman muchísimos millones más. Es decir que, como en un espejo, acusan en los demás lo que ellos mismos hacen. Y, podría decir, con mayor éxito garantizado por el poder del Estado.
Pasó también la última semana, cuando Cristina acusó al gobierno de la Ciudad -por cadena nacional- de querer censurar a un medio de comunicación. Un garaje de autos de C5N había sido clausurado por falta de habilitación. No afectaba a la transmisión de informaciones ni a sus periodistas, pero por ley no podía hacerlo. Fue un hecho repudiable y merece nuestra solidaridad. El canal tituló “quieren cerrar C5N” y por varias horas ése fue su único tema informativo. “Me preocupan los que piensan que si te critican tienen que cerrar un canal”, dijo la Presidenta, puesta en defensora de la libertad de expresión. 
El problema es que durante todos estos años éste fue el gobierno más hostil contra la prensa que se haya visto en mucho tiempo. Vimos cómo se allanaban domicilios de periodistas, cómo el diario Clarín fue literalmente invadido por 400 inspectores de la AFIP, cómo se le quitó a ese grupo toda la publicidad oficial, y también cómo consiguieron mediante aprietes que grandes empresas privadas dejaran de publicitar (Carrefour desapareció de las páginas de Clarín por mucho tiempo, volvió hace poco). Provocaron un tremendo perjuicio económico a los medios críticos. También vimos cómo el Gobierno aceptó que se hicieran supuestos “juicios populares” contra periodistas en la Plaza de Mayo, donde incluso se ponían fotos de periodistas para que los niños las escupan.
Pero el kirchnerismo y sus medios afines nunca se preocuparon por eso. Se preocupan ahora, cuando se endilga a los opositores la intención de coartar la libertad de expresión. Es decir, vemos de repente cuánto le preocupa la libertad de prensa al Gobierno… cuando se acusa a los otros.
Vemos de repente cuánto le preocupa la corrupción… cuando se acusa a los otros. Y pasa así en varios temas. Ni hablar de lo que decía Cristina acerca de los que queman urnas cuando lo hizo Luis Barrionuevo en Catamarca, de cómo se bastardeaba la democracia y el voto popular, mientras que ahora avala la elección con trampas en Tucumán y pide que se respete el resultado. El efecto espejo, la perversidad argumental, sirve para acusar a los opositores y para confundir a la sociedad, para nivelar para abajo: todos en el mismo barro.
No estoy diciendo que los opositores sean impolutos y perfectos. Desde mi punto de vista no hay buenos de un lado y malos del otro. Pero sí hay enormes diferencias en los grados de maldad que se endilgan mutuamente.
En algún momento se debería tener en cuenta uno de los imperativos categóricos de Kant: “actúa de modo que tus acciones puedan ser universales”. Es decir, que con la misma vara se pueda medir a todos. Defensa de la democracia, lucha contra la corrupción, resguardo de la libertad de expresión, son valores universales. Que la preocupación no dependa de si estoy a uno u otro lado de la grieta. Recién entonces la política podrá ser creíble.

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martes, 15 de septiembre de 2015

El affaire Niembro. Por Alfredo Gutiérrez



El caso Niembro le está provocando un daño enorme a la candidatura de Mauricio Macri.

El primer problema para Macri es político. Hay sectores del macrismo que le han pedido que Nimebro haga un paso al costado, para descomprimir la situación. Pero el candidato se negó. Fue una decisión personal: sostenerlo contra viento y marea. Supongo que cree que una muestra de debilidad en estos momentos de campaña harían que le empiecen a entrar las balas. Es una enseñanza que sacó del kirchnerismo, doblar la apuesta siempre, nunca dejar que los diarios le hagan renunciar a uno de los suyos. Reaccionó igual que e kirchnerismo (negar los hechos, proteger al funcionario, decir que decidirá la Justicia).
El último rumor político es que Niembro se bajaría para no perjudicar más a Macri.
Pero lo esencial es que, si eso sucediera, Macri se autoculparía. Fue su administración la que autorizó los pagos. Y entonces las acusaciones tomarían otro cariz, irían por su gestión, esa que Macri pone como ejemplo. No habría filtros.
Porque para que haya corrupción se necesitan dos partes.
Donde hay alguien que cobra, hay otro que paga. O mejor dicho, que autoriza el pago.
En cuanto al periodismo, quisiera decir un par de cosas.
Se puede tener una opción político partidaria, pero si de eso se desprende que cobrás 20 millones en dos años, con una empresa sin empleados, ya es otra cosa. Todo el mundo sabe que Niembro, periodista deportivo, usaba a veces sus comentarios de fútbol para “traficar” opiniones favorables a Macri. También lo hacía antes, cando era funcionario de Menem.
Vengo de un periodismo en el que vivíamos de nuestro salario. Y criticábamos a los periodistas que se hacían millonarios cobrando por izquierda del Estado (de la “cadena de la felicidad” menemista, de la SIDE, de contratos oscuros con el Estado).
El problema es que el periodismo se ha desvirtuado.
No debería publicarse solo lo que conviene a mi ideología o simpatía, sino aquello que sirva a la mejor comprensión de la verdad por parte del público.
Los medios K hacen un enorme esfuerzo para investigar y contar lo de Niembro. Y está muy bien.
Pero ocultan, por ejemplo, que uno de los que más pauta recibió del Estado (no 20, sino cientos de millones), Sergio Spolsky, es candidato del FPV a intendente de Tigre.
Es el mismo caso, pero del otro extremo.
Para el kirchnerismo, también es su ADN. Si los opositores hacen lo mismo, sirve para licuar su responsabilidad. Pero para el verdadero periodismo, la misma vara debería ser para todos.
Lo que queda por develar es cuánto influirá este caso (y otros que se ya se prevén) en la campaña de Macri. No creo que pierda votantes que ya votaron por él. Queda por ver el impacto sobre los indecisos, esa clase media que a veces se espanta y rezonga frente a las sospechas de corrupción. ¿Lo votarán? Un tema Tabú
En la mirada de economistas y políticos opositores hay un tema tabú. Un tema del que no se habla, tal vez por temor a traer fantasmas del pasado. Y es el siguiente: ¿llegarán las cifras de la economía a un punto tal que la única forma de salir sea después de una gran crisis? Cuando digo crisis me refiero a un caos social con saqueos, corralitos, gente emprobrecida de repente, represión, fuegos en las calles, y todo lo que ya hemos visto. La historia reciente nos muestra que solo después de tocar fondo fue posible “hacer lo que hay que hacer”, tomar medidas irritantes para la sociedad (devaluación brusca, suba de impuestos, suba de tarifas, etc.), que solo después de un tiempo posibilitan que el país empiece a crecer de nuevo.
Sucedió en el final del gobierno de Raúl Alfonsín. En julio de 1989, Guido Di Tella anunció que en el menemismo el dólar sería “recontra alto”, mientras un tiempo antes Domingo Cavallo había recorrido los organismos internacionales para reclamar que no le den más créditos a la Argentina, lo que provocó una corrida cambiaria y caos económico.
Lamentablemente el gobierno de Alfonsín terminó entre saqueos, movilizaciones y represión. Haber caído tan bajo permitió que Menem tuviera las manos libres para instalar su política económica, que empezó con congelamiento de depósitos, plan bonex (Erman), nuevos impuestos y las privatizaciones. Sólo después llegó el 1 a 1 (1991).
También pasó al final del gobierno de De la Rúa. Caos, saqueos, represión, muertos en las calles, le siguieron al ya famoso corralito, el que a su vez había llegado porque los números de la economía no daban para más. Después del caos, el gobierno que siguió (Duhalde, pasemos por alto los presidentes efímeros) pudo hacer lo que era necesario hacer: devaluación, pesificación asimétrica, etc. El caso De la Rúa es ejemplificador: haciendo caso a las encuestas y la opinión generalizada, se negó a cambiar el 1 a 1 e intentó una reforma gradual subiendo impuestos y bajando el gasto (desde la tablita de Machinea al déficit cero), pero todo resultó imposible y su gobierno terminó en el caos. Solo después de eso fue posible cambiar la mirada económica y volver a crecer. Brasil parece optar por ese mismo camino. Hoy el gobierno de Dilma anunció que congelará salarios, recortará planes y subsidios, y subirá impuestos. El camino del ajuste.
En los 70, el caos posterior al rodrigazo fue político además de económico, y les permitió a los militares tomar el poder a sangre y fuego, pero también con la anuencia de una parte de la sociedad.
Hoy, los economistas nos dicen que todos los números están mal. Bajó el PBI, las exportaciones, las reservas, hay atraso cambiario, sube la pobreza, etc.
La pregunta es: ¿se puede salir de esto sin visitar el infierno, sin bajar al caos aunque sea provocado? ¿una salida gradual, de cualquier presidente que resulte electo, tendrá éxito? ¿o le pasará lo mismo que a De la Rúa?
Ojalá nunca llegue el caos. Ojalá me equivoque.

Caos económico, de eso no se habla. Por Alfredo Gutiérrez

Un tema Tabú para políticos y economistas

En la mirada de economistas y políticos opositores hay un tema tabú. Un tema del que no se habla, tal vez por temor a traer fantasmas del pasado. Y es el siguiente: ¿llegarán las cifras de la economía a un punto tal que la única forma de salir sea después de una gran crisis? Cuando digo crisis me refiero a un caos social con saqueos, corralitos, gente emprobrecida de repente, represión, fuegos en las calles, y todo lo que ya hemos visto.
La historia reciente nos muestra que solo después de tocar fondo fue posible “hacer lo que hay que hacer”, tomar medidas irritantes para la sociedad (devaluación brusca, suba de impuestos, suba de tarifas, etc.), que después de un tiempo posibilitan que el país empiece a crecer de nuevo.
Sucedió en el final del gobierno de Raúl Alfonsín. En julio de 1989, Guido Di Tella anunció que en el menemismo el dólar sería “recontra alto”, mientras un tiempo antes Domingo Cavallo había recorrido los organismos internacionales para reclamar que no le den más créditos a la Argentina, lo que provocó una corrida cambiaria y caos económico.
Lamentablemente el gobierno de Alfonsín terminó entre saqueos, movilizaciones y represión. Haber caído tan bajo permitió que Menem tuviera las manos libres para instalar su política económica, que empezó con congelamiento de depósitos, el plan bonex (de Erman González), nuevos impuestos y las privatizaciones. Sólo después llegó el 1 a 1 (1991).
También pasó al final del gobierno de De la Rúa. Caos, saqueos, represión, muertos en las calles, le siguieron al ya famoso corralito, el que a su vez había llegado porque los números de la economía no daban para más. Después del caos, el gobierno que siguió (Eduardo Duhalde, pasemos por alto los presidentes efímeros) pudo hacer lo que era necesario hacer: devaluación, pesificación asimétrica, etc.
El caso De la Rúa es ejemplificador: haciendo caso a las encuestas y la opinión generalizada, se negó a cambiar el 1 a 1 e intentó una reforma gradual subiendo impuestos y bajando el gasto (desde la tablita de Machinea a la ley de déficit cero), pero todo resultó imposible y su gobierno terminó en el caos. Solo después de eso, otro Gobierno pudo cambiar la mirada económica y volver a crecer.
Un paréntesis: Brasil parece optar por ese mismo camino. Hoy el gobierno de Dilma anunció que congelará salarios, recortará planes y subsidios, y subirá impuestos. El camino del ajuste gradual.
En los 70, el caos posterior al rodrigazo fue político además de económico, y les permitió a los militares tomar el poder a sangre y fuego, pero también con la anuencia de una parte de la sociedad.
Hoy, los economistas nos dicen que todos los números están mal. Bajó el PBI, las exportaciones, las reservas, hay atraso cambiario, sube la pobreza, etc.
La pregunta es: ¿se puede salir de esto sin visitar el infierno, sin bajar al caos aunque sea provocado? ¿una salida gradual, de cualquier presidente que resulte electo, tendrá éxito? ¿o le pasará lo mismo que a De la Rúa? Ojalá nunca llegue el caos. Ojalá me equivoque.

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martes, 18 de agosto de 2015

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Entrevistas a Raúl Aragón, Analista de opinión pública y Torcuato Sozio, -Director Ejecutivo de ADC. Escuchalas con un clik acá  https://goo.gl/7V7MUl