martes, 20 de octubre de 2015

El voto vergonzante, la última incógnita. Por Alfredo Gutiérrez


Faltan apenas cuatro días para la elección presidencial, y las encuestas conocidas hasta ahora muestran que quedan un par de dudas: qué pasará con los indecisos y si existe –o no- un voto “vergonzante” hacia alguno de los candidatos. Es decir, ese voto que un sector de los ciudadanos no admite ante los encuestadores, a quienes les miente que se inclinará por el candidato “A” pero ya tiene decidido votar por “B”.
La categoría “indecisos” suele aparecer en los sondeos, los que a su vez se encargan de proyectarlos de modo proporcional, o de acuerdo a otras respuestas del encuestado que lo ubican más cerca de un candidato que del otro. Su porcentaje varía entre 10 y 20 por ciento, según la encuestadora que haya el trabajo.
Pero el voto vergonzante no se puede cuantificar. Porque naturalmente es imposible detectar si el que contesta está mintiendo o si dice la verdad.
En 1995 Carlos Menem obtuvo su reelección de modo contundente, y lo que se recuerda de aquellos comicios es la famosa frase “yo no lo voté”. Nadie lo había votado. Pero sacó casi el 50%, 20 puntos más que la fórmula José Octavio Bordón-Chacho Alvarez. Había surgido el voto vergonzante, el voto de aquellos que no decían que iban a inclinarse por el presidente peronista.
Para los memoriosos, en aquella campaña –sin PASO- las encuestas coqueteaban con la posibilidad de un balotaje (como sucede ahora), e incluso algunas lo daban a Bordón creciendo mucho en la recta final. Pero el resultado fue otro.
Algo similar sucedió en 2011. Todas las encuestas decían que ganaría Cristina Fernández de Kirchner en las PASO, pero sorprendió a muchos el resultado: los sondeos le daban entre 38,1 y 41% (sólo una consultora K arriesgó hasta 46%), pero CFK llegó al 50%. En las generales de ese año trepó a 54%, 30 puntos más que el segundo, Hermes Binner.
¿Dónde estaban esos votos ocultos? ¿Habían mentido las encuestadoras, o los ciudadanos les habían mentido a ellas?
Tal vez eran eso, un voto vergonzante. No decir lo se iba a hacer. No revelarlo.
La historia política reciente de Argentina nos muestra que ese voto oculto no cambia el resultado, pero suele proporcionar el salto final y estirar diferencias. Y que se ha inclinado generalmente por el oficialismo de turno. Es más, en 1999, cuando ganó Fernando De la Rúa sobre Eduardo Duhalde, las encuestas acertaron en darle el 50% contra 38 de su oponente. Al parecer, el voto vergonzante no aparece cuando la decisión tomada es votar por la oposición.
Para este domingo, las encuestas lo dan ganador a Daniel Scioli, pero dejan dentro del margen de error la posibilidad de que pase del 40% y llegue a ser Presidente en primera vuelta. Puede haber balotaje o no, y eso depende de unos pocos puntos porcentuales.
La incógnita principal es si existirá el “voto vergonzante”, ése que no se declama, para darle los puntitos que necesita Scioli. O si, por el contrario, ese voto oculto se inclina por alguno de los opositores.
Lo sabremos en pocos días. Lo único seguro es que, desde el próximo domingo, el país será otro. Con balotaje o sin él.

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