lunes, 14 de marzo de 2016

El dilema de Mauricio. Por Alfredo Gutiérrez


Parece una contradicción, porque el estallido es una tragedia que enluta a los argentinos cada ciertos períodos de tiempo, con saqueos, represión y muertes. Nadie bien nacido puede querer eso.
Sin embargo, cuando la crisis económica llega al estallido, el Gobierno siguiente suele contar con la resignación de la sociedad que acepta medidas duras y de shock, que en tiempo breve logran reencauzar la economía.
Nuestra historia reciente nos muestra ejemplos de esto: en 1989, Carlos Menem pudo tomar medidas antipáticas (como el plan bónex y el congelamiento de depósitos) porque fue precedido por un estallido social con inflación, saqueos y movilizaciones. La sociedad aceptó el errático camino inicial, que duró casi dos años hasta que Domingo Cavallo lanzó el plan de convertibilidad y contuvo la inflación.
Y en el año 2002, Eduardo Duhalde pudo domar el potro con medidas duras, como la pesificación asimétrica que empobreció de repente a miles de argentinos, porque antes había sucedido un estallido social con movilizaciones, represión, fuegos en las esquinas y muertos en las calles.
Para seguir recordando la Historia, hay que decir que, por el contrario, a Fernando De la Rúa no lo precedió un estallido. Los números de la economía no estaban bien, pero no se llegó al extremo de la crisis.
De la Rúa sabía que la sociedad no le perdonaría una política de shock. Por eso debió optar por el “gradualismo” e intentó mantener el 1 a 1 como si eso fuera una quimera económica. Buscó otros caminos: recorte del gasto público y aumento de impuestos (como la tablita de Machinea). Pero el ajuste se convirtió en crónico, porque nunca alcanzaba: fuimos a la reducción salarial del 13%, a la ley de déficit cero y al “megacanje”. Tampoco alcanzó. Y llegó el estallido.
El problema de Mauricio Macri es espantar ese recuerdo. Los economistas se dividen entre los gradualistas, como Alfonso Prat Gay, y los ortodoxos que dicen que ningún plan antiinflacionario fue exitoso sin medidas de shock. Pero Macri sabe que la sociedad no aceptaría semejantes decisiones, entre otras cosas porque no hubo estallido económico.
Ese fue tal vez el mayor logro de Cristina Kirchner: su gobierno no terminó en desastre social, aunque haya conseguido ese logro gracias a un crecimiento dramático del déficit fiscal, la emisión de billetes y el empleo público. Todos problemas que debía enfrentar el gobierno siguiente.
Ahora, el kirchnerismo puro, liderado por Cristina, intenta evitar que se haga ley la salida de default. Su argumentación es que no quieren la vuelta al endeudamiento internacional ni al FMI, pero no queda claro si es principismo o estrategia política. Para el Gobierno, el arreglo con los holdouts es clave para volver al crédito con tasas más bajas, y así reencauzar la economía. Si no lo consigue, la situación será más difícil. Por eso Macri acaba de decir que la opción sería “más ajuste o hiperinflación” si no se aprueba la ley. Ese camino acercaría al país a un nuevo estallido social. El sueño de los kirchneristas es que ese estallido se lleve puesto a Macri y facilite el regreso “triunfal” de Cristina, que a su vez tendrá la manos libres para un shock económico gracias a la aceptación social que suele producir el recuerdo del estallido.
Lo cierto es que Macri está en la encrucijada. No puede aplicar política de shock porque no hubo estallido, y la opción del gradualismo no está comprobada. Lejos de lo que le sucedió a De la Rúa, en su gobierno aseguran que el camino iniciado, con tarifazos, despidos, y vuelta al mundo financiero, tendrá frutos en el segundo semestre de este año, cuando lleguen inversiones y la inflación caiga al 1% mensual. Se verá.

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