martes, 27 de octubre de 2015

El voto oculto fue para Macri. Por Alfredo Gutiérrez



En la columna del martes pasado, que se puede encontrar en nuestro blog, decía que la última incógnita para la elección era el voto “vergonzante”. El voto oculto. Ese voto que cierto sector de la sociedad no admite ante los encuestadores, y que aparece sólo después de que se abren las urnas.
Pero ese voto vergonzante, razonábamos, no se puede cuantificar en las encuestas. Porque naturalmente es imposible detectar si el que contesta está mintiendo o si dice la verdad.
Y decíamos que la incógnita era si existirá ese voto que no se declama para darle los puntitos que necesitaba Scioli para esquivar el balotaje. O si, por el contrario, ese voto oculto se inclinaría por alguno de los opositores.
El resultado del domingo confirmó que hubo un voto oculto, que se inclinó por Mauricio Macri y posibilitó la segunda vuelta para el 22 de noviembre.
Nadie lo vio venir. Ni los encuestadores ni los periodistas.
¿Qué pasó? Hay tres opciones: los encuestadores se equivocaron, los encuestadores nos mintieron, o la gente les mintió a los encuestadores.
Tal vez una lección del domingo sea que no siempre hay que creer a pie juntillas en los números de los sondeos, que apenas son un acercamiento para leer la realidad.
Lo que aparentemente había en el voto oculto era un “voto hartazgo” contra el Gobierno. Julio Blanck hizo en Clarín un breve listado: hartazgo de abusos de poder, de corrupción, de negación de la inseguridad, de ocultamiento de la realidad, y de la doble moral.
Aunque sería bueno recordar también que el ganador, por dos puntos porcentuales, fue Daniel Scioli, quien en esta elección fue el abanderado de las políticas del Gobierno. Tal vez se podría hacer un listado similar, pero de cosas “buenas”, que justifique el voto al oficialismo.
Sin embargo, la imagen lo es todo: ganó Scioli, pero en la cabeza de mucha gente está la imagen de que el ganador fue Macri. Ese el plus que tiene por ahora el jefe de Gobierno de la capital de cara al balotaje. Habrá que ver si logra mantenerlo en las tres semanas que restan hasta la nueva elección.
En ese momento, el 22 de noviembre, comenzará a escribirse una nueva historia para este país.
Hasta entonces se pueden sacar algunas conclusiones. La primera y más importante del domingo que pasó es que muestra un incipiente cambio social y cultural: hombres sin experiencia, políticos noveles, la mayoría jóvenes han ganado en distritos bonaerenses clave que históricamente fueron peronistas. Lanús, Quilmes o 3 de Febrero son algunos ejemplos.
Habrá que ver si ese cambio cultural se profundiza.
En ese caso, habrá nacido un nuevo país.

martes, 20 de octubre de 2015

El voto vergonzante, la última incógnita. Por Alfredo Gutiérrez


Faltan apenas cuatro días para la elección presidencial, y las encuestas conocidas hasta ahora muestran que quedan un par de dudas: qué pasará con los indecisos y si existe –o no- un voto “vergonzante” hacia alguno de los candidatos. Es decir, ese voto que un sector de los ciudadanos no admite ante los encuestadores, a quienes les miente que se inclinará por el candidato “A” pero ya tiene decidido votar por “B”.
La categoría “indecisos” suele aparecer en los sondeos, los que a su vez se encargan de proyectarlos de modo proporcional, o de acuerdo a otras respuestas del encuestado que lo ubican más cerca de un candidato que del otro. Su porcentaje varía entre 10 y 20 por ciento, según la encuestadora que haya el trabajo.
Pero el voto vergonzante no se puede cuantificar. Porque naturalmente es imposible detectar si el que contesta está mintiendo o si dice la verdad.
En 1995 Carlos Menem obtuvo su reelección de modo contundente, y lo que se recuerda de aquellos comicios es la famosa frase “yo no lo voté”. Nadie lo había votado. Pero sacó casi el 50%, 20 puntos más que la fórmula José Octavio Bordón-Chacho Alvarez. Había surgido el voto vergonzante, el voto de aquellos que no decían que iban a inclinarse por el presidente peronista.
Para los memoriosos, en aquella campaña –sin PASO- las encuestas coqueteaban con la posibilidad de un balotaje (como sucede ahora), e incluso algunas lo daban a Bordón creciendo mucho en la recta final. Pero el resultado fue otro.
Algo similar sucedió en 2011. Todas las encuestas decían que ganaría Cristina Fernández de Kirchner en las PASO, pero sorprendió a muchos el resultado: los sondeos le daban entre 38,1 y 41% (sólo una consultora K arriesgó hasta 46%), pero CFK llegó al 50%. En las generales de ese año trepó a 54%, 30 puntos más que el segundo, Hermes Binner.
¿Dónde estaban esos votos ocultos? ¿Habían mentido las encuestadoras, o los ciudadanos les habían mentido a ellas?
Tal vez eran eso, un voto vergonzante. No decir lo se iba a hacer. No revelarlo.
La historia política reciente de Argentina nos muestra que ese voto oculto no cambia el resultado, pero suele proporcionar el salto final y estirar diferencias. Y que se ha inclinado generalmente por el oficialismo de turno. Es más, en 1999, cuando ganó Fernando De la Rúa sobre Eduardo Duhalde, las encuestas acertaron en darle el 50% contra 38 de su oponente. Al parecer, el voto vergonzante no aparece cuando la decisión tomada es votar por la oposición.
Para este domingo, las encuestas lo dan ganador a Daniel Scioli, pero dejan dentro del margen de error la posibilidad de que pase del 40% y llegue a ser Presidente en primera vuelta. Puede haber balotaje o no, y eso depende de unos pocos puntos porcentuales.
La incógnita principal es si existirá el “voto vergonzante”, ése que no se declama, para darle los puntitos que necesita Scioli. O si, por el contrario, ese voto oculto se inclina por alguno de los opositores.
Lo sabremos en pocos días. Lo único seguro es que, desde el próximo domingo, el país será otro. Con balotaje o sin él.

martes, 13 de octubre de 2015

Macri engulle la propia medicina. Por Alfredo Gutiérrez




La diputada macrista Patricia Bullrich salió a denunciar que una “encuesta trucha” está llegando a los teléfonos de los ciudadanos. El objetivo de esa supuesta encuesta sería ensalzar a Sergio Massa y hundir a Mauricio Macri con argumentos falsos.
Yo también recibí el llamado.
Una voz masculina plantea, como si fuera una verdad revelada: “En los últimos días, Massa alcanzó a Macri en las encuestas”. Y a continuación vienen las preguntas: “¿Cuál cree que fue el motivo? Digite 1 si cree que el caso Niembro le hizo perder votos a Macri. 2 Porque Massa es el único que puede ganar en segunda vuelta. 3 Porque Massa hace una campaña con propuestas”.
Bullrich, diputada y candidata de Macri, se escandalizó. “Es una campaña sucia, muy sucia, eso no lo hace una persona de bien”, dijo.
Sin embargo, el barro de la política parece ensuciar a todos.
Hace apenas cuatro años, en el 2011, fue Macri quien recurrió a una “encuesta” similar, por la cual fueron procesados Jaime Durán Barba y sus dos socios, en un intento por prevalecer sobre Daniel Filmus.
“¿Sabía usted que Salomón Filmus, el padre de Daniel Filmus, es un arquitecto que trabaja para Sergio Schoklender en la construcción de viviendas?”. En esos días había estallado el escándalo de corrupción que rodeó a las Madres de Plaza de Mayo, cuando se perdieron millones que el Estado le había facilitado para construir viviendas sociales. Pegotear al contrario con semejante escándalo seguramente lo perjudicaba.
La “encuesta” era incluso un tanto más burda, más directa.
La segunda frase era “ahora que usted sabe esto, ¿igual votaría por Filmus?”
Esa llamada llegó a cientos de miles de líneas telefónicas en la Capital. Nunca se sabrá si tuvo efectos en el electorado, pero sí que Durpan Barba y el mismo Macri fueron denunciados ante la Justicia.
Porque el artículo 140 del Código electoral castiga con penas de dos meses a dos años de prisión a quien “con engaños indujere a otro a sufragar en determinada forma, o a abstenerse de hacerlo”.
La jueza María Servini de Cubría ordenó allanamientos y pesquisas, y procesó a Durán Barba y a sus socios José Garat y Rodrigo Lugones, a quienes además les trabó un embargo por 130.000 pesos cada uno. Sin embargo, la causa pasó rápidamente a la Justicia de la Ciudad y allí naufragó.
Nadie resultó condenado, el mal ya estaba hecho.
Lo curioso de esta historia es que Macri acaba de engullir su propia medicina: ahora acusa a Massa de hacer la misma campaña sucia telefónica que él hizo.
Es el barro de la política.
Pero cerca del poder ninguno se salva. El kirchnerismo, por caso, le endilgó a Enrique Olivera supuestas cuentas en Suiza para sacarlo de carrera. Cuando se descubrió el engaño, ya habían pasado las elecciones.
Durante el menemismo hubo un funcionario que, preguntado sobre cómo habían conseguido que un legislador opositor se ausentara justo cuando su voto hubiera hecho fracasar la designación de un interventor, contestó: “¿A ése? A ése le rompimos el esternón de un valijazo”. El tipo del esternón fracturado viajó a Paraguay y no se lo volvió a ver.
Zancadillas de todo tipo, hipocresías, engaños, traiciones y maletines de dinero que vuelan de un dirigente a otro.
¿Esto debe ser la alta política? ¿A esto hemos llegado? ¿Es igual en todas las democracias?
Ahora le tocó a Macri, antes a Filmus, y antes que ellos a Olivera. Y en el futuro será a otros.
Deberíamos hacer algo. No alcanza con la indignación. La Justicia debería hacer algo. Porque el problema de la lucha en el barro es que se ve en los dirigentes, que son la punta del iceberg, pero más temprano que tarde la mugre baja y se derrama hacia toda la sociedad.

martes, 6 de octubre de 2015

La rubia del vestidor. Por Alfredo Gutiérrez



Estos días nos hemos enterado de un nuevo récord político: Mónica López saltó desde el massismo al sciolismo veinte días antes de las elecciones, pese que iba como candidata en la lista al Parlasur. Y sobre todo, pese a que fue una de críticas más feroces del gobernador bonaerense.
Basta con ver sus twits, o sus declaraciones: “Scioli falló con la seguridad, con la educación, con la Justicia”. “Su discurso es un espanto, miente”. “Ojalá que el 10 de diciembre entregue la banda y se retire a vivir en La Ñata, por el bien de la Argentina”.
Fue crítica hasta muy pocas horas antes de dar este curioso salto. Pero en el Frente para la Victoria la recibieron como si fuera Eva Perón, como dijo el periodista Carlos Pagni.
El salto puso la lupa sobre la rubia, actual diputada provincial y esposa de Alberto Roberti, sindicalista petrolero y diputado nacional de Massa. Se conoció una simpática nota en la revista Caras, en la que posa para la foto mostrando los 240 pares de zapatos que tiene en el vestidor de su mansión del country Abril, uno de los más caros de Buenos Aires.
Lamentablemente nos hemos acostumbrado a los saltimbanquis de la política. Lo naturalizamos como a muchas otras cosas. Hasta los años 90 era absolutamente impensable que un peronista se convierta en radical o viceversa. Había escisiones de partidos (como la UCR del Pueblo y la UCRI, o la Renovación Peronista de Antonio Cafiero), pero estaba claro cuáles dirigentes estaban de un lado y cuáles del otro.
Tal vez el primer paso de la naturalización fue el menemismo. Cuando Menem ganó la interna contra Cafiero, se vio el pase masivo de dirigentes: al día siguiente del comicio, José Luis Manzano abría la puerta de “la Rosadita” en la Rioja a los visitantes. Notable gesto de unidad política.
Más adelante pasaron los pases de menemistas y duhaldistas al kirchnerismo. Y más evidente fue el salto de Borocotó, electo por el macrismo, a las filas oficiales: el gobierno lo proagandizó como si hubiera recibido a Martin Luther King. Fue poco después de las elecciones, y ya no una interna sino una general, desde un partido a otro. Después, los conocidos saltos de intendentes de Massa al kirchnerismo, los que a su vez venían de hacer el camino opuesto un par de años antes.
El caso Mónica López es especial porque se produce justo antes de las elecciones, todo un récord.
Lo que no está claro es cuál fue el negocio del sciolista que “convenció” a López, un operativo político que nunca sale gratis e impone algún esfuerzo. La rubia no se llevó ni un solo voto de Massa. Ni siquiera el de su marido, hasta ahora. Y provocó una triste imagen que enloda incluso al sciolismo.
El periodista y ex diplomático Jorge Asís, el mismo que hablaba de “los saltos de garrocha” de peronistas hacia el massismo, le encontró una mirada diferente al caso: sería una muestra más de cómo los políticos saltan hacia el que ven ganador. Para no quedar afuera.
Según Asís: “Es la moda oportunista. Consiste en saltar -como sea- hacia el bando de Scioli. O resignarse.
Los oportunistas, los que ven debajo del agua y nunca se equivocan, hoy marcan los ritmos del resultado que, a su pesar, se impone. Aunque puedan, y aún desean, matemáticamente equivocarse.
Sólo a partir de la certeza del advenimiento sciolista se entiende el desplazamiento ornamental de la señora Mónica López, La Blonda.
Con su salto, López estimula la pasión del antiperonista que prefiere inclinarse por agraviar. Por espantarse, antes que entender. Riesgosamente lo que demuestra Mónica López es que el poder está del lado de Scioli. Y que insistir con Massa, como su marido, es otra manera frugal de perder el tiempo.
Quienes condenan a La Blonda en nombre de la ejemplaridad moral, o de la gastada ética republicana, no entienden la perversidad del juego que inspira la próxima literatura antiperonista, con seguro destino de éxito.
O se es mandíbula o se es bocado.
De manera brutal, sepultada en el grotesco, La Blonda López demuestra que mantiene vocación para ser mandíbula. Y aunque la denigren, alcanza el anhelado renombre que le permite acomodarse en el bolillero. Para gobernar. Estar adentro. O bailar -por qué no- por un sueño. Atractiva es. La mandíbula puede atreverse”.